YO TAMBIEN ME MASTURBO
José Sarria (desde España.
Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
La afición de este país por
arrojar a gente al pilón sólo compite con la ancestral salvajada que algunos
lugareños cometen mientras apalean, martirizan, alancean, patalean, apuñalan o,
simplemente, arrojan al agua a los nobles toros, hasta su exterminio final.
Entre las múltiples
variantes del lanzamiento al pilón, se encuentra la lapidación pública.
Históricamente se procedía a la excavación de una oquedad en la que se
introducía a la víctima (curiosamente siempre femenina) para posteriormente
irle lanzando guijarros o pedruscos hasta su fallecimiento. Hoy, que somos más
sofisticados, abandonados los chinarros, se procede al paseíllo público, a la
exposición mediática, mientras “los más castos” del pueblo (que casi siempre
son los clientes vips de los puticlubs de carretera) increpan a la pecadora a
la voz de puta, zorra, pelandrusca y lindeces similares.
Para que comience el
espectáculo sólo es necesario el primer escupitajo o el primer coscorrón. Y
esto es lo que le ha ocurrido a Olvido Hormigos, concejala de la localidad
toledana de Los Yébenes, que por hacerse una paja, como Dios manda, y enviarle
las imágenes a su marido, a su amante o al cabroncete del vecino del quinto, se
ha visto envuelta en una especie de torbellino popular que le acabará deparando
el exilio, como ya le ocurrió a la concejala del PP de Ponferrada, Nevenka
Fernández. Porque no hay que olvidar que ellas siempre serán unas putas, como
enseña la sacrosanta tradición hispana.
Este es un país de
hipócritas sublimes, de una desmesurada crueldad y de una miseria moral
absoluta. Por ello, siempre ha estado más preocupado por los problemas de la
entrepierna que por la justicia social, por la economía real o por la
corrupción política. Unos cuernos o un affaire de carácter sexual siempre nos
devolverá la razón para rebuscar en el cajón de la memoria las piedras con las
que dar comienzo a la lapidación, mientras de fondo se escucha el rumor de un
país cuya economía se desangra con la indiferencia de los lapidadores.
Me importa un bledo lo que
Olvido haga con su entrepierna, con su marido y con sus supuestos amantes. Lo
único que me importa de la concejala es cómo ejecuta el cargo para el que fue
elegida y por el que cobra un salario de mis impuestos; lo demás es cosa de
ella, de su esposo y de los presuntos ellos. Y, por supuesto, querida Olvido:
YO TAMBIÉN ME MASTURBO.