27/08/12
Slavoj Žižek / La paradoja de la
sociedad permisiva es que nos regula como nunca antes
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Foto: Slavoj Žižek
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Slavoj
Žižek en Buenos Aires [dio] una serie de conferencias en la Facultad de Filosofía
(UBA), la
Biblioteca Nacional y el Malba. El prestigioso ensayista
esloveno, autor de unos cincuenta libros, hizo gala de su proverbial humor y
habló sobre los límites de la democracia liberal y del comunismo. Además,
criticó el mandato actual que culpabiliza al que no goza "lo
suficiente" y a esta sociedad permisiva que, paradójicamente, es "la que nos regula como
nunca antes".
—A 20 años de la recuperación de la democracia
en la Argentina ,
se afianzaron las libertades, pero la mitad del país se hundió en la pobreza.
Este contraste no es sólo local ¿A qué atribuye esta tensión contemporánea
entre libertad e igualdad?
—Si lo que
entendemos por democracia es su variante liberal, hoy dominante, la triste
conclusión es que en general está produciendo mayor desigualdad. Las razones
son complejas. Tras la desaparición de la izquierda como fuerza política que
pretendía un cambio de sistema social surgió una nueva izquierda, que en Europa
se denominó "tercera vía" (con Blair, Schröeder y otros).
Irónicamente, se basa en lo siguiente: el capitalismo ganó, por eso no nos
tenemos que meter con la economía. Recuerdo que en una época se hablaba del
socialismo con rostro humano; ellos ofrecen un capitalismo con rostro humano.
Dicen que pueden mejorar la salud, por ejemplo, sin perturbar el funcionamiento
del mercado. Esta nueva izquierda es la que mejor representa los intereses del
conjunto del capitalismo.
En contraste, y para
decirlo de manera tosca pero cierta, por lo común la nueva derecha sólo
representa los intereses de ciertos sectores del capital. En EE.UU. es evidente
que Clinton fue mejor vocero del interés general del capitalismo que los
republicanos, quienes están mucho más vinculados a ciertas industrias de visión
mas conservadora. Aunque para llegar al poder estos conservadores deben también
apelar a algunos sectores de los trabajadores; "vamos a proteger a
nuestros obreros, al trabajo nacional contra los inmigrantes". Esta es
actualmente la primera gran paradoja. En la segunda paradoja ustedes, los
argentinos, no son una excepción sino la regla. La democracia, para volverse
popular, tuvo que flirtear un poco con cierta forma de populismo autoritario.
Esta fue la experiencia que ustedes tuvieron hace medio siglo con Perón. Si se
quiere ir un poco más allá en las reivindicaciones populistas, incluso cuando
sean apenas demagógicas, surge de inmediato una tensión con la democracia
liberal. Creo que el mundo está llegando de nuevo a esa situación. Ya logramos
la democracia liberal estándar, pero esto no conduce de manera automática a una
mayor igualdad. Desde una mirada histórica, pareciera que las reivindicaciones
sociales —un mejor sistema de salud y demás— se conquistaron de un modo algo
más violento y muy raramente mediante la formas normales de la democracia. Esto
no descarta a la democracia. Sólo quiero señalar que, para mí, la experiencia
latinoamericana es crucial, y que la igualdad no es un componente esencial del
proyecto liberal de democracia, como lo es, por ejemplo, la libertad
individual.
—En el socialismo real, según escribió
usted, el ideal era la construcción de un "hombre nuevo", pero
quienes creyeron honestamente en él terminaron siendo considerados como individuos
peligrosos por el sistema, que en realidad exigía ciudadanos complacientes.
—Claro. Hay
gente que cree que en este sentido el socialismo fue un enorme fracaso. Nadie
se tomó en serio el verdadero propósito. No fue un fracaso: verdaderamente
querían eso. Eslovenia es un pequeño país, una especie de pueblo grande donde
nos conocemos todos. Dos o tres personas próximas a mí perdieron su trabajo en
el comité central del partido por tomarse demasiado en serio el ideal de
"hombre nuevo".
—
¿Y cuál sería el ideal
humano que corresponde a nuestra democracia liberal y a su cultura posmoderna?
¿Y qué es lo que se pretende con ese ideal?
—Está muy de
moda decir que la desintegración del comunismo en 1989 significó el fin de la
utopía y el ingreso a un mundo "post-ideológico". Sin embargo, los
años 90 señalaron el surgimiento de una auténtica utopía. Con el capitalismo
liberal ya tenían la fórmula. Todo lo que necesitaban entonces era difundir una
actitud posmoderna: nada de identidades fijas. Esa fue la utopía. Si el 11 de
setiembre de 2001 tiene un significado simbólico, es justamente el de marcar el
final de esta utopía. De manera que, para mí, la verdadera utopía fue la de los
años 90. Teníamos todas las respuestas. Debíamos olvidar la revolución porque vivíamos
en el mejor sistema posible. Lo que nos hacía falta era más tolerancia,
multiculturalismo, libertad sexual. Esto terminó el 11 de setiembre. Pero hay
otro aspecto importante. Muchos izquierdistas, bajo la influencia del
posmodernismo, piensan que estos valores —multiplicidad, libertad para elegir y
reinventarnos a nosotros mismos— constituyen actitudes subversivas y
revolucionarias, como si el poder defendiera aún valores conservadores.
— ¿Y no es verdad?
—No. Para
decirlo de una manera pasada de moda, todos esos valores posmodernos son los de
la ideología dominante: olvídate de los viejos objetivos políticos, ahora eres
libre de dedicar tu vida al sólo propósito de realizarte a todo nivel, desde
llenarte de dinero hasta hacer el amor más seguido, pero también en un sentido
espiritual. Miremos un poco hacia el campo del arte: ¿Adónde quedaron aquellos
buenos tiempos en que el arte oficial era conservador y la vanguardia se
dedicaba a provocar a la gente? En la colección Saatchi de Londres, que integra
el circuito cultural establecido, se pueden ver obras perturbadoras como videos
de colonoscopías, mierda, lo que se nos ocurra. Mi ejemplo preferido es el de
esa pequeña ciudad estadounidense, cuyo nombre no recuerdo, donde domina una
izquierda que defiende esa idea de potenciar todo tipo de deseos personales.
¿Es que acaso los necrófilos no son víctimas de una clara marginación? ¿No es
nuestro deber como sociedad facilitarles ciertos cuerpos para su placer? Esta
es una falsa permisividad en mi opinión. Falsa en dos niveles. Primero, resulta
evidente que en nuestra vida personal somos libres de hacer lo que nos venga en
gana, pero ¿qué decisiones son las que realmente importan?
—
¿Y cuáles son?
—Por ejemplo, si
tratamos de nacionalizar un banco descargarán sobre nosotros los peores
insultos: populistas, comunistas, es decir que no serán tan permisivos en ese
plano. Segundo, ¿no hay acaso en esta supuesta permisividad un mandato oculto
proveniente de lo que en psicoanálisis llamamos el "super yo"? Se
trata de una verdadera obligación: "¡debes gozar!". Se impone la
diversión, porque de lo contrario nos sentimos culpables. Es como una moral
kantiana al revés. En otros tiempos la obligación moral era llevar una vida
"decente". Si traicionabas a tu esposa, te sentías culpable por
buscar el placer. Ahora se trata de lo contrario, si no buscas el placer, si no
estás dispuesto a gozar, te sientes culpable. Y no estoy hablando de una
hipótesis abstracta. Me encuentro todo el tiempo con psicoanalistas que me
dicen que ésa es la razón por la cual la gente acude a la consulta. Se sienten
culpables de no gozar lo suficiente. La gran paradoja es que el deber de
nuestros días no impone la obediencia y el sacrificio, sino más bien el goce y
la buena vida. Y quizá se trate de un mandato mucho más cruel. Probablemente el
discurso psicoanalítico es el único que hoy propone la máxima: "gozar no
es obligatorio, te está permitido no gozar". La paradoja de la sociedad
permisiva es que nos regula como nunca antes. Yo no confío en esa idea liberal
según la cual el Estado fue superado por el mercado, por las grandes compañías.
Nunca antes un aparato estatal fue más fuerte ni tuvo un control más absoluto
sobre su propia población que el de EE.UU. hoy. No digo que sea tan malo como
el estalinismo, sino que dispone de nuevas tecnologías. ¿Sabe cuál era el
problema del estalinismo? Aplicaban un terror ciego porque el gran trauma de
los dirigentes era que no sabían lo que estaba pasando, no lo podían controlar
todo. De allí la demanda por encontrar traidores y hacer purgas todo el tiempo.
Se hallaban en pánico permanente; en los años 1930 se encontraban en medio del
caos total y por eso aplicaban el terror arbitrario. No hay necesidad de algo
así en EE.UU., porque saben qué está pasando. Encuentro un poco ridículo todo
ese discurso sobre la desaparición del Estado. Desde luego que desaparecen
algunos servicios, como el de salud por ejemplo, pero el aparato represivo, la
inteligencia, la policía son más fuertes que nunca.
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